lunes, 27 de diciembre de 2010

Las flores del mal


Las Flores del mal o su título original en francés Les Fleurs du mal es considerada una de las obras más importantes de la poesía moderna donde se trata la llamada estética del mal cuyo fin es descubrir la belleza en los objetos, lugares o hasta personajes conceptuados negativamente por una sociedad y época determinadas. En este caso también funcionó como una crítica a la hipocresía de la sociedad francesa en tiempos del poeta Charles Baudelaire, poeta maldito como fueron llamados aquellos quienes explotaron la estética del mal.

Este valioso poemario abarca casi la totalidad de la producción poética de Baudelaire desde 1840 hasta la fecha de su primera publicación, aunque una censura recayó sobre algunos de sus poemas  y no fue levantada en Francia hasta 1949. El libro en principio tendría el nombre de Los limbos o Las lesbianas, ya que su intención primera era la de escribir un libro sobre los pecados capitales. Mas luego su trabajo se centra en la posibilidad de descubrir belleza en aquello que es considerado malo, pecaminoso, feo, horrible, tenebroso y hasta cotidiano. Un giro radical sobre el concepto grecorromano que nos enseña que la belleza estética es lo perfecto y lo limitado, lo simétrico. Cruzar esos límites y poder ver con otra mirada o desde otra perspectiva es lo que este genial poeta nos dice. De hecho, este poeta simbolista posee una excelente habilidad para jugar con los vocablos lo que le da una musicalidad impresionate a sus versos, y como todo simbolista redefine ciertos símbolos para encontrarles un nuevo siginificado. 
Baudelaire divide su trabajo en este poemario en siete partes, introducidas por el famoso poema Al lector: Spleen, Cuadros parisinos, El vino, Flores del mal y Rebelión, con una conclusión final: La Muerte. Es un libro que les recomiendo comprar y leer varias veces ya que su lectura puede no ser fácil o puede producir rechazo para quienes no estén habituados a este tipo de lecturas. Mas no se van a arrepentir una vez que lleguen a comprender lo que estos poemas nos cuentan.




Charles Pierre Baudelaire  nacido el 9 de abril de 1821 y fallece el 31 de agosto (fecha inquietante en lo personal) de 1867. Fue un poeta de mayor impacto en el movimiento del simbolismo francés quien critica severa e ingeniosamente a la decadente Francia de su tiempo. Este poeta fue llamado poeta maldito por los oscuros tópicos en sus trabajos, y por pertenecer a los comienzos del moviento conocido como Decadentismo que buscaba principalmente horrorizar a la burquesía de su época. Debido a su vida bohemia y excesos, no fue comprendido ni valorado por muchos en su tiempo. Lamentablemente, como muchos genios, su obra no fue valorada hasta después de su muerte. Mas hoy podemos escucharlo a través de este hermoso poemario y podemos sentirnos identificados con su intento por desenmascarar a una humanidad que esconde sus sentimientos más bajos y sucios.

martes, 14 de diciembre de 2010

Hermoso

viernes, 26 de noviembre de 2010

viernes, 1 de octubre de 2010

El Proceso

Uno de los recientes libros del señor Kafka que he leído es conocido como El Proceso. Libro de lectura pesada, obvio que no en el mal sentido, pero la gente que ya ha leído a Kafka sabe que sus obras no son recomendadas para una rápida lectura de esas que se realizan en una sentada. Sus escenarios son pesados, y grises. Asfixiantes. Este autor busca representar y transmitir una sensación de opresión que el lector bien podrá sentir al meterse de lleno en los textos. Por esto es que se recomieda leerlo detenidamente, con pausas y una lectura a paso tranquilo.

 Josef K. es el personaje que nos trae Kafka en este relato. Es un oficinista de un banco; soltero. Su padre murió hace ya tiempo y su madre aparece sólo en un fragmento de la novela. Al parecer, se lo muestra como solo en el mundo y con nada ni nadie en su pequeño mundo más que la rutina y un trabajo.
Al principio de la historia es un personaje superficial, mas con el avance del relato puede observarse como una persona pensativa, que no deja de estudiar y analizar todo lo que le envuelve, principalmente en relación al proceso. Físicamente es casi imposible de describirlo ya que algunas momentos es tachado de lindo y en otras de feo. Una de las características de los personajes de Kafka es la deshumanización de los mismos con el fin de identificarlos con el sentimiento de fracmentación y alienación propias del individuo moderno y postmoderno. No se les describe, incluso sus nombres son designados con simples iniciales para mostrar lo insignificante de los mismos; una aproximación a la idea de un número o elemento más inmerso en el enorme sistema donde el hombre ya no es hombre y menos aun humano. Ha perdido su dignidad y su única función es la de cumplir una cierta tarea para seguir alimentando al sistema que lo devora. Una exacta analogía del hombre moderno parte de las sociedades modernas post-industriales e imperialistas.

Esta novela procede de un famoso relato o cuento corto kafkiano llamado Ante la ley, devenida en la esencia de la 'pesadilla kafkiana'. Un hombre llega de lejos y desea atravesar la puerta de la Ley, pero un guardián se lo impide durante años. En el final, cuando el hombre agoniza, el guardian le grita: "Ningún otra persona podía haber recibido permiso para entrar por esta puerta, puesta esta entrada estaba reservada sólo para ti. Ahora me voy y cierro la puerta".

Un día, Josef K. despierta en su habitación custodiado por dos extrañas personas que nunca antes había visto y que al parecer vigilan su puerta. Estos personajes no le dicen la razón de este atropello y se limitan a comunicarle que está detenido, no le dicen quién ha ordenado la detención, quién lo ha demandado y ni siquiera le explican cuál es el delito del que se le acusa. Dos ancianos los espian desde la ventana del edificio del frente. Estos personajes de alguna manera, observan el hecho como los lectores lo harán: de manera asombrada por el absurdo del mismo.
Más tarde es llevado a hablar con un juez, quien le comunica que va a ser procesado, pero K continua confundido por el hecho de que nadie parece darle una explicación completa. Entonces trata de defenderse argumentando ser un ciudadano común, y por sobre todo el gerente de un importante banco de la ciudad. Sin embargo, todos sus argumentos aunque escuchados  no surten ningún efecto.
Cuando conoce las instalaciones judiciales donde está siendo procesado se percata de que estos son lugares muy descuidados en zonas pobres de la ciudad, en los cuales conoce a algunos personajes interesantes pero que no le ayudan en lo absoluto. Aquí puede verse la ironía y el absurdo hecho de que la ley se codee con la pobreza.
Llega un tío de Josef le recomienda a un abogado viejo amigo de él que está enfermo del corazón que puede ayudarle con sus proceso. Aquí es cuando conoce a Leni, enfermera de el abogado con la cual empieza un breve amorío.
A pesar de todo, Josef está desesperado porque el abogado, quien supuestamente conoce a la perfección la instancia donde K está siendo procesado, no parece ayudarlo en nada ya que todo ocurre muy lentamente y K siente que pierde el tiempo. Entonces,  Josef decide pedir ayuda a un pintor, quien pinta cuadros para jueces, y deslindarse del abogado. Su vida se ha convertido en un continuo interrogante y una larga espera; todos los días piensa en su proceso y esto está afectando su vida. Ya no salía por las noches, no se concentraba en su trabajo ni era capaz de concentrarse en otra cosa, así que decide buscar al pintor quien le garantiza su ayuda sólo si él es inocente, K duda ya que asegura ser inocente, aunque ignora de qué se le acusa. Más adelante encuentra a un sacerdote, el cual mediante un relato le explica su situación ante la ley.
Una noche dos guardias vienen a buscarlo. Sin decirle nada, lo acompañan hasta las afueras de la ciudad. Uno de ellos le clava en el corazón un cuchillo, acabando con su vida, lo cual aparentemente fue la sentencia del proceso.

Si bien, a primera vista el relato parece descabellado y por sobre todo absurdo,  el lector podrá ver que de hecho el punto principal de esta historia es lo absurdo. La literatura y el teatro del absurdo se caracterizan por  historias y tramas que parecen carecer de significado, diálogos repetitivos y falta de secuencia dramática con el fin de crear una atmósfera onírica. El teatro del absurdo en general tiene fuertes rasgos existencialistas y por esto cuestiona la sociedad y al hombre. La incoherencia, el disparate y lo ilógico son clave en estas obras.  Surge en el siglo XX frente a la ansiedad y la duda ante un universo inexplicable y la visión de un mundo que se cae a pedazos, la pérdida de ídolos, la caída de los mitos y la falta de referentes que dejan al hombre a la deriva y con la sensación de soledad y desesperanza.

Según muchos críticos, el personaje Joseph K. sería el mismísmo Kafka quien a través del relato expresa su sensación de desesperanza y asco ante el sistema que devora al hombre, hacia la ley que nunca llega y se pierde en la burocracia y la corrupción del poder. El hombre se pierde en un laberinto que finalmente desemboca en su muerte y su degradación. En su deshumanización.

Es un libro que les recomiendo ya que una vez más el grande de Kafka nos hará ver lo absurdo de nuestra propia existencia.




A continuación les dejo una traduccion del cuento corto (sumamente corto) desde donde se dice se crea posteriormente la historia de El Proceso.
Ante la Ley, de Franz Kafka. Transcripción del cuento, por Henzo Lafuente.
Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta al guardián y le pide que le deje entrar. Pero el guardián contesta que de momento no puede dejarlo pasar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde se lo permitirá.
- Es posible - contesta el guardián -, pero ahora no.
La puerta de la ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el campesino se inclina para atisbar el interior. El guardián lo ve, se ríe y le dice:
- Si tantas ganas tienes - intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón hay otros tantos guardianes, cada uno más poderoso que el anterior. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo soportar su vista.
El campesino no había imaginado tales dificultades; pero el imponente aspecto del guardián, con su pelliza, su nariz grande y aguileña, su larga bárba de tártaro, rala y negra, le convencen de que es mejor que espere. El guardián le da un banquito y le permite sentarse a un lado de la puerta. Allí espera días y años. Intenta entrar un sinfín de veces y suplica sin cesar al guardián. Con frecuencia, el guardián mantiene con él breves conversaciones, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final siempre le dice que no todavía no puede dejarlo entrar. El campesino, que ha llevado consigo muchas cosas para el viaje, lo ofrece todo, aun lo más valioso, para sobornar al guardián. Éste acepta los obsequios, pero le dice:
- Lo acepto para que no pienses que has omitido algún esfuerzo.
Durante largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años abiertamente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo entre murmullos. Se vuelve como un niño, y como en su larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, ruega a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz o si sólo le engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que brota inextinguible de la puerta de la ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte endurece su cuerpo. El guardián tiene que agacharse mucho para hablar con él, porque la diferencia de estatura entre ambos ha aumentado con el tiempo.
- ¿Qué quieres ahora - pregunta el guardián -. Eres insaciable.
- Todos se esfuerzan por llegar a la ley - dice el hombre -; ¿cómo se explica, pues, que durante tantos años sólo yo intentara entrar?
El guardián comprende que el hombre va a morir y, para asegurarse de que oye sus palabras, le dice al oído con voz atronadora:
- Nadie podía intentarlo, porque esta puerta estaba reservada solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.


Referencia: Ante la Ley, de Kafka
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viernes, 18 de junio de 2010

Adiós a José de Sousa Saramago

Adiós a José de Sousa Saramago. Hoy viernes 18 de Junio del 2010, murió el escritor. 

Este escritor, traductor y dramaturgo portugués nació el 16 de noviembre de 1922.



Miembro del Partido Comunista portugués desde 1969.  En 1998, recibe el Premio Novel de Literatura y la Academia Sueca destacó su capacidad para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía» 

Vale destacar que debido a su origen humilde, no terminó sus estudios y durante mucho tiempo en su vida se dedicó a las más diversas tareas como por ejemplo la de cerrajero mecánico; nada relacionado con las letras. Con esto nos muestra, o al menos a mí, que además de que había un genio escondido en él, nunca es tarde para concretar nuestros sueños y realizar las cosas que nos hacen felices. Para las que nacimos.  

Uno de los escritos que me acercó a él y que movió estructuras escondidas en mi cabeza fue "Ensayo de una ceguera" : Un hombre espera frente a un semáforo y queda ciego repentinamente e inexplicadamente . Un transeúnte le ayuda a llegar a su casa conduciendo su auto, le ayuda a llegar hasta su departamento y se ofrece a esperar la vuelta de su esposa. El hombre ciego desconfía y le agradece la ayuda, al tiempo que cierra le la puerta. Cuando la esposa vuelve, le cuenta de su ceguera y deciden ir a un oftalmólogo, mas cuando salen de dan cuenta de que el “buen samaritano” se había llevado el auto.
Mientras tanto,  el “buen samaritano” conduce el auto robado,  piensa en la repentina ceguera del hombre que ayudó y teme que sea contagioso, lo que aumenta su miedo. Se baja del auto para distraerse, y al dar unos pocos pasos queda ciego tambien. Una chica (prostituta) con lentes oscuros que esperaba en la sala del oftalmologo queda ciega también.El oftalmólogo queda ciego. De este modo comienza una  enfermedad aparentemente muy contagiosa, por lo que el oftalmólogo decide prevenir a las autoridades de salud. Las autoridades, toman una actitud bastante política: se busca a los enfermos y a los que han tenido contacto con ellos, y se los aisla en un manicomio en desuso. Un ala del edificio es para los ciegos, y otra para los posibles contagiados. La esposa del médico finge estar ciega para que no los separen, pero pasan los días y ella no se contagia, mientras que dentro del manicomio, despues de ser 5 ciegos, en dos días ya son más de 50. Puesto que el lugar está controlado por militares y los mismosestán  temerosos de la situación, se producen asesinatos de ciegos por cualquier mínimo susto que éstos causen a los militares. Los días dentro del  manicomio se vuelven de terror, y como no tienen el cuidado de nadie, la limpieza  no existe, la miseria humana poco a poco comienza a verse dentro esta nueva sociedad de ciegos internados dentro del manicomio: en cuanto al reparto de la poca comida algunos ciegos se aprovechan y repiten una o mas veces, sin importar que haya otros que se mueran de hambre. Posteriormente, un grupo se apodera de toda la comida, y a cambio piden todo lo de valor que tengan los demás internos, y cuando ya no queda nada material que pedir o sacar, piden mujeres a cambio. Finalmente todos han quedado ciegos.

Una excelente manera la de Saramago de retratar toda la mezquindad humana.


Libro que les recomiendo. Por mi parte como tarea personal me restan leer: "El evangelio según Jesucristo", "Ensayo sobre la lucidez", y "Alzado del suelo". 

viernes, 28 de mayo de 2010

La duquesa y el joyero.

Me llegó el otro día por la red facebook, una linda invitación llamada Liberación masiva de cuentos que consiste en imprimir un cuento a nuestra elección, imprimirlo y paso siguiente dejarlo en cualquier lugar de la ciudad donde vives. Se lo debe dejar en un lugar público como un subte o una plaza. El que lo encuentre se lo queda y esto podría causar una gran sonrisa a ese desconocido. Lo veo como un mimo a un extraño. Una idea muy linda. Me gustaría encontrarme un cuento también. Puede participar cualquier persona del mundo y hacerlo en su ciudad hasta las 23 horas del día de hoy, viernes 28 de mayo. A continuación les comparto virtualmente el cuento que elegí:


Virginia Woolf
Oliver Bacon vivía en lo alto de una casa junto a Green Park. Tenía un departamento; las sillas estaban colocadas de manera que el asiento quedaba perfectamente orientado, sillas forradas en piel. Los sofás llenaban los miradores de las ventanas, sofás forrados con tapicería. Las ventanas, tres alargadas ventanas, estaban debidamente provistas de discretos visillos y cortinas de satén. El aparador de caoba ocupaba un discreto espacio, y contenía los brandys, los whiskys y los licores que debía contener. Y, desde la ventana central, Oliver Bacon contemplaba las relucientes techumbres de los elegantes automóviles que atestaban los atestados vericuetos de Piccadilly. Difícilmente podía imaginarse una posición más céntrica. Y a las ocho de la mañana le servían el desayuno en bandeja; se lo servía un criado; el criado desplegaba la bata carmesí de Oliver Bacon; él abría las cartas con sus largas y puntiagudas uñas, y extraía gruesas cartulinas blancas de invitación, en las que sobresalían de manera destacada los nombres de duquesas, condesas, vizcondesas y honorables damas. Después Oliver Bacon se aseaba; después se comía las tostadas; después leía el periódico a la brillante luz de la electricidad.
Dirigiéndose a sí mismo, decía: «Hay que ver, Oliver... Tú que comenzaste a vivir en una sucia calleja, tú que...», y bajaba la vista a sus piernas, tan elegantes, enfundadas en los perfectos pantalones, y a sus botas, y a sus polainas. Todo era elegante, reluciente, del mejor paño, cortado por las mejores tijeras de Savile Row. Pero a menudo Oliver Bacon se desmantelaba y volvía a ser un muchacho en una oscura calleja. En cierta ocasión pensó en la cumbre de sus ambiciones: vender perros robados a elegantes señoras en Whitechapel. Y lo hizo. «Oh, Oliver», gimió su madre. «¡Oh, Oliver! ¿Cuándo sentarás cabeza?»... Después Oliver se puso detrás de un mostrador; vendió relojes baratos; después transportó una cartera de bolsillo a Ámsterdam... Al recordarlo, solía reír por lo bajo... el viejo Oliver evocando al joven Oliver. Sí, hizo un buen negocio con los tres diamantes, y también hubo la comisión de la esmeralda. Después de esto, pasó al despacho privado, en la trastienda de Hatton Garden; el despacho con la balanza, la caja fuerte, las gruesas lupas. Y después... y después... Rió por lo bajo. Cuando Oliver pasaba por entre los grupitos de joyeros, en los cálidos atardeceres, que hablaban de precios, de minas de oro, de diamantes y de informes de África del Sur, siempre había alguno que se ponía un dedo sobre la parte lateral de la nariz y murmuraba «hum-m-m», cuando Oliver pasaba. No era más que un murmullo, no era más que un golpecito en el hombro, que un dedo en la nariz, que un zumbido que recorría los grupitos de joyeros en Hatton Garden, un cálido atardecer ¡Hacía muchos años...! Pero Oliver todavía lo sentía recorriéndole el espinazo, todavía sentía el codazo, el murmullo que significaba: «Mírenlo -el joven Oliver, el joven joyero- ahí va.» Y realmente era joven entonces. Y comenzó a vestir mejor y mejor; y tuvo, primero, un cabriolé; después un automóvil; y primero fue a platea y después a palco. Y tenía una villa en Richmond, junto al río, con rosales de rosas rojas; y Mademoiselle solía cortar una rosa todas las mañanas, y se la ponía en el ojal, a Oliver.
-Vaya -dijo Oliver, mientras se ponía en pie y estiraba las piernas-. Vaya...
Y quedó en pie bajo el retrato de una vieja señora, encima de la chimenea, y levantó las manos.
-He cumplido mi palabra -dijo juntando las palmas de las manos, como si rindiera homenaje a la señora-. He ganado la apuesta.
Y no mentía; era el joyero más rico de Inglaterra; pero su nariz, larga y flexible, como la trompa de un elefante, parecía decir mediante el curioso temblor de las aletas (aunque se tenía la impresión de que la nariz entera temblara, y no sólo las aletas) que todavía no estaba satisfecho, todavía olía algo, bajo la tierra, un poco más allá. Imaginemos a un gigantesco cerdo en un terreno fecundo en trufas; después de desenterrar esta trufa y aquella otra, todavía huele otra mayor, más negra, bajo la tierra, un poco más allá. De igual manera, Oliver siempre husmeaba en la rica tierra de Mayfair otra trufa, más negra, más grande, un poco más allá.
Ahora rectificó la posición de la perla de la corbata, se enfundó en su elegante abrigo azul, y cogió los guantes amarillos y el bastón. Balanceándose, bajó la escalera, y en el momento de salir a Piccadilly, medio resopló, medio suspiró, por su larga y aguda nariz. Ya que, ¿acaso no era todavía un hombre triste, un hombre insatisfecho, un hombre que busca algo oculto, a pesar de que había ganado la apuesta?
Siempre se balanceaba un poco al caminar, igual que el camello del zoológico se balancea a uno y otro lado, cuando camina por entre los senderos de asfalto, atestados de tenderos acompañados por sus esposas, que comen el contenido de bolsas de papel y arrojan al sendero porcioncillas de papel de plata. El camello desprecia a los tenderos; el camello no está contento de su suerte; el camello ve el lago azul, y la orla de palmeras a su alrededor. De igual manera el gran joyero, el más grande joyero del mundo entero, avanzaba balanceándose por Piccadilly, perfectamente vestido, con sus guantes, con su bastón, pero todavía descontento, hasta que llegó a la oscura tiendecilla que era famosa en Francia, en Alemania, en Austria, en Italia, y en toda América: la oscura tiendecilla en la Calle Bond.
Como de costumbre, cruzó la tienda sin decir palabra, a pesar de que los cuatro hombres, los dos mayores, Marshall y Spencer, y los dos jóvenes, Hammond y Wicks, se irguieron y le miraron, con envidia. Sólo por el medio de agitar un dedo, enfundado en guante de color de ámbar, dio Oliver a entender que se había dado cuenta de la presencia de los cuatro. Y entró y cerró tras sí la puerta de su despacho privado.
A continuación, abrió la cerradura de las rejas que protegían la ventana. Entraron los gritos de la Calle Bond; entró el distante murmullo del tránsito. La luz reflejada en la parte trasera de la tienda se proyectaba hacia lo alto. Un árbol agitó seis hojas verdes, porque corría el mes de junio. Pero Mademoiselle se había casado con el señor Pedder, de la destilería de la localidad, y ahora nadie le ponía a Oliver rosas en el ojal.
-Vaya -medio suspiró, medio resopló- vaya...
Entonces oprimió un resorte en la pared, y los paneles de madera resbalaron lentamente a un lado, revelando, detrás, las cajas fuertes de acero, cinco, no, seis, todas ellas de bruñido acero. Dio la vuelta a una llave; abrió una; luego otra. Todas ellas estaban forradas con grueso terciopelo carmesí, y en todas reposaban joyas: pulseras, collares, anillos, tiaras, coronas ducales, piedras sueltas en cajitas de cristal, rubíes, esmeraldas, perlas, diamantes. Todas seguras, relucientes, frías pero ardiendo, eternamente, con su propia luz comprimida.
-¡Lágrimas! -dijo Oliver contemplando las perlas.
-¡Sangre del corazón! -dijo mirando los rubíes.
-¡Pólvora! -prosiguió, revolviendo los diamantes de manera que lanzaron destellos y llamas.
-Pólvora suficiente para volar Mayfair hasta las nubes, y más arriba, más arriba, más arriba-. Y lo dijo echando la cabeza atrás y emitiendo sonidos como los del relincho del caballo.
El teléfono emitió un zumbido de untuosa cortesía, en voz baja, en sordina, sobre la mesa. Oliver cerró la caja de caudales.
-Dentro de diez minutos -dijo-. Ni un minuto antes.
Se sentó detrás del escritorio y contempló las cabezas de los emperadores romanos grabadas en los gemelos de la camisa. Una vez más se desmanteló y otra vez volvió a ser el muchachuelo que jugaba a canicas, en la calleja donde se venden perros robados, los domingos. Se transformó en aquel voluntarioso y astuto muchachito, con labios rojos como cerezas húmedas. Metía los dedos en montones de tripa; los hundía en sartenes llenas de pescado frito; escabullándose salía y penetraba en multitudes. Era flaco, ágil, con ojos como piedras pulidas. Y ahora... ahora... las saetas del reloj seguían avanzando al son del tic-tac, uno, dos, tres, cuatro... La duquesa de Lambourne esperaba por el placer de Oliver; la duquesa de Lambourne, hija de cien vizcondes. Esperaría durante diez minutos, en una silla junto al mostrador. Esperaría, por placer de Oliver. Esperaría hasta que Oliver quisiera recibirla. Oliver contemplaba el reloj alojado en su caja forrada de cuero. La saeta avanzaba. Con cada uno de sus tic-tacs, el reloj entregaba a Oliver -esto parecía- paté de foie gras, una copa de champaña, otra de brandy viejo, un cigarro que valía una guinea. El reloj lo iba dejando todo sobre la mesa, a su lado, mientras transcurrían los diez minutos. Entonces oyó suaves y lentos pasos acercándose; un rumor en el pasillo. Se abrió la puerta. El señor Hammond quedó pegado a la pared.
El señor Hammond anunció:
-¡Su gracia, la Duquesa!
Y esperó allí, pegado a la pared.
Y Oliver, al ponerse en pie, oyó el rumor del vestido de la Duquesa, que se acercaba por el pasillo. Después la Duquesa se cernió sobre él, ocupando el vano de la puerta por entero, llenando el cuarto con el aroma, el prestigio, la arrogancia, la pompa, el orgullo de todos los duques y de todas las duquesas, alzados en una sola ola. Y, de la misma forma que rompe una ola, la Duquesa rompió, al sentarse, avanzando y salpicando, cayendo sobre Oliver Bacon, el gran joyero, y cubriéndolo de vivos y destellantes colores, verde, rosado, violeta; y de olores; y de iridiscencias; centellas saltaban de los dedos, se desprendían de las plumas, rebrillaban en la seda; ya que la Duquesa era muy corpulenta, muy gorda, prietamente enfundada en tafetán de color de rosa, y pasada ya la flor de la edad. De la misma manera que una sombrilla con muchas varillas, que un pavo real con muchas plumas, cierra las varillas, pliega las plumas, la Duquesa se apaciguó, se replegó, en el momento de hundirse en el sillón de cuero.
-Buenos días, señor Bacon -dijo la Duquesa. Y alargó la mano que había salido por el corte rectilíneo de su blanco guante. Y Oliver se inclinó profundamente al estrechar la mano. En el instante en que sus manos se tocaron volvió a formarse una vez más el vínculo que les unía. Eran amigos, y, al mismo tiempo, enemigos; él era amo, ella era ama; cada cual engañaba al otro, cada cual necesitaba al otro, cada cual temía al otro, cada cual sabía lo anterior, y se daba cuenta de ello siempre que sus manos se tocaban, en el cuartito de la trastienda, con la blanca luz fuera, y el árbol con sus seis hojas, y el sonido de la calle a lo lejos, y las cajas fuertes a espaldas de los dos.
-Ah, Duquesa, ¿en qué puedo servirla hoy? -dijo Oliver en voz baja.
La Duquesa le abrió su corazón, su corazón privado, de par en par. Y, con un suspiro, aunque sin palabras, extrajo del bolso una alargada bolsa de cuero, que parecía un flaco hurón amarillo. Y por la apertura de la barriga del hurón, la Duquesa dejó caer perlas, diez perlas. Rodando cayeron por la apertura de la barriga del hurón -una, dos, tres, cuatro-, como huevos de un pájaro celestial.
-Son cuanto me queda, mi querido señor Bacon -gimió la Duquesa-. Cinco, seis, siete... rodando cayeron por las pendientes de las vastas montañas cuyas laderas se hundían entre las rodillas de la Duquesa, hasta llegar a un estrecho valle, la octava, la nona, y la décima. Y allí quedaron, en el resplandor del tafetán del color de la flor del melocotón. Diez perlas.
-Del cinto de los Appleby -dijo dolida la Duquesa-. Las últimas... Cuantas quedaban...
Oliver se inclinó y cogió una perla entre índice y pulgar. Era redonda, era reluciente. Pero, ¿era auténtica o falsa? ¿Volvía la Duquesa a mentirle? ¿Sería capaz de hacerlo otra vez?
La Duquesa se llevó un dedo rollizo a los labios.
-Si el Duque lo supiera... -murmuró-. Querido señor Bacon, una racha de mala suerte...
¿Había vuelto a jugar, realmente?
-¡Ese villano! ¡Ese sinvergüenza! -dijo la Duquesa entre dientes.
¿El hombre con el pómulo partido? Mal bicho, ciertamente. Y el Duque, que era recto como una vara, con sus patillas, la dejaría sin un céntimo, la encerraría allá abajo... Qué sé yo, pensó Oliver, y dirigió una mirada a la caja de caudales.
-Araminta, Daphne, Diana -gimió la Duquesa-. Es para ellas.
Las damas Araminta, Daphne y Diana, las hijas de la Duquesa. Oliver las conocía; las adoraba. Pero Diana era aquella a la que amaba.
-Sabe usted todos mis secretos -dijo la Duquesa mirando de soslayo a Oliver. Lágrimas resbalaron; lágrimas cayeron; lágrimas como diamantes, que se cubrieron de polvo en las veredas de las mejillas de la Duquesa, del color de la flor del cerezo.
-Viejo amigo -murmuró la Duquesa- viejo amigo.
-Viejo amigo -repitió Oliver- viejo amigo-, como si lamiera las palabras.
-¿Cuánto? -preguntó Oliver.
La Duquesa cubrió las perlas con la mano.
-Veinte mil -murmuró la Duquesa.
Pero, ¿era auténtica o falsa, aquella perla que Oliver tenía en la mano? El cinto de los Appleby, ¿pero es que no lo había vendido ya la Duquesa? Llamaría a Spencer o a Hammond.
-Tenga y haga la prueba de autenticidad -diría Oliver. Se inclinó hacia el timbre.
-¿Vendrá mañana? -preguntó la Duquesa en tono de encarecida invitación, interrumpiendo así a Oliver-. El Primer Ministro... Su Alteza Real... -La Duquesa se calló-. Y Diana... -añadió.
Oliver alejó la mano del timbre.
Miró por encima del hombro de la Duquesa las paredes traseras de las casas de la Calle Bond. Pero no vio las casas de la Calle Bond, sino un río turbulento, y truchas y salmones saltando, y el Primer Ministro, y también se vio a sí mismo con chaleco blanco, y luego vio a Diana. Bajó la vista a la perla que tenía en la mano. ¿Cómo iba a someterla a prueba, a la luz del río, a la luz de los ojos de Diana? Pero los ojos de la Duquesa lo estaban mirando.
-Veinte mil -gimió la Duquesa-. ¡Es mi honor!
¡El honor de la madre de Diana! Oliver cogió el talonario; sacó la pluma.
-Veinte... -escribió. Entonces dejó de escribir. Los ojos de la vieja mujer retratada lo estaban mirando, los ojos de aquella vieja que era su madre.
-¡Oliver! -le decía su madre-. ¡Un poco de sentido común! ¡No seas loco!
-¡Oliver! -suplicó la Duquesa (ahora era Oliver y no señor Bacon)-. ¿Vendrá a pasar un largo final de semana?
¡A solas en el bosque con Diana! ¡Cabalgando a solas en el bosque con Diana!
-Mil -escribió, y firmó el talón.
-Tenga -dijo Oliver.
Y se abrieron todas las varillas de la sombrilla, todas las plumas del pavo real, el resplandor de la ola, las espadas y las lanzas de Agincourt, cuando la Duquesa se levantó del sillón. Y los dos viejos y los dos jóvenes, Spencer y Marshall, Wicks y Hammond, se pegaron a la pared, detrás del mostrador, envidiando a Oliver, mientras éste acompañaba a la Duquesa, a través de la tienda, hasta la puerta. Y Oliver agitó su guante amarillo ante las narices de los cuatro, y la Duquesa conservó su honor -un talón de veinte mil libras, con la firma de Oliver- firmemente en sus manos.
-¿Son auténticas o son falsas? -preguntó Oliver, cerrando la puerta de su despacho privado.
Allí estaban las diez perlas sobre el papel secante, en el escritorio. Fue con ellas a la ventana. Con la lupa las miró a la luz... ¡Aquella era la trufa que había extraído de la tierra! Podrida por dentro...
-Perdóname, madre -suspiró Oliver, levantando la mano, como si pidiera perdón a la vieja retratada. Y, una vez más, fue un chicuelo en la calleja en donde vendían perros robados los domingos.
-Porque -murmuró juntando las palmas de las manos- será un fin de semana largo.
FIN    
Adeline Virginia Woolf (Stepehn de soltera; Londres, 25 de enero de 1882- Lewes, Sussex, 28 de marzo de 1941) fue una novelista, ensayista, editora feminista y escritora de cuentos. Esta británica fue considerada una de las más destacadas figuras del modernismo literario en el siglo xx. 


viernes, 7 de mayo de 2010

Wuthering Heights

Cumbres Borrascosas (título original: Wuthering Heights) es la única novela de Emily Brontë. Una novela con elementos góticos. Fue publicada por primera vez en 1847 bajo el seudómino de Ellis Bell. Su hermana Charlotte editó una segunda edición póstuma. El nombre de la novela proviene de una palabra de la región de Yorshire (wuthering) que se entiende como clima turbulento, lo que se relaciona con el drama y amor apasionado que trae consecuencias nefastas a los personajes en la novela.
Se considera un clásico de la literatura inglesa, y ha dado lugar a muchas adaptaciones, incluyendo varias películas, dramatizaciones radiofónicas y televisivas y un musical.

La novela cuenta la historia de amor entre Catherine Earnshaw y su amigo Heathcliff.
El señor Earnshaw, dueño de Cumbres Borrascosas, trajo un día a su casa a Heathcliff, un niño abandonado, para criarlo como suyo. Los hijos de Earnshaw recibieron con extrañeza a Heathcliff. Con el tiempo, la hija, Catherine se convierte en la mejor amiga del huérfano, pero el hijo mayor, Hindley, lo detestaba y no pierde ocasión de humillarlo. El personaje principal a causa de los maltratos y desprecios que sufre desde temprana edad, se convierte en un ser vengativo y resentido, lleno de odio. La historia principal dentro de la novela, es una especie de retorcida revancha muy bien preparada por Heathcliff para vengarse de todos quienes alguna vez lo lastimaron y despreciaron. Una venganza que dura dos generaciones.

Con todos los ingredientes de una novela apasionada, se las recomiendo.

lunes, 29 de marzo de 2010

Invictus

Película basada en el libro de John Carlin Playing the enemy: Nelson Mandela and the Game That Changed the World y ambientada después de que Nelson Mandela saliera de la cárcel y se convirtiera en presidente de Sudáfrica. Poco después, en 1995, el país celebró el campeonato del mundo de rugby, tras años de ser excluidos de las competiciones debido al apartheid.
Evento que Mandela (Morgan Freeman) impulsó y utilizó, con la ayuda de la estrella de rugby Francois Pienaar (Matt Damon), como vía para acabar con el odio y la desconfianza existente durante décadas entre la población blanca y negra del país.

Una linda película con un mensaje que no tiene vencimiento: encontrar lo que nos une y no lo que nos diferencia como seres humanos. Desde mi humilde visión como alguien que disfruta el cine, le doy a esta película un ocho y se las recomiendo.

Nelson Rolihlahla Mandela fue el primer presidente de Sudáfrica elegido democráticamente mediante sufragio univers. Antes de ser elegido presidente fue un importante activista contra el apartheid a causa de lo cual fue encarcelado durante 27 años.

El apartheid es el resultado de lo que fue, en el siglo XX un fenómeno de segregación racial en Sudáfrica implantado por colonizadores holandeses. Como símbolo de una sucesión de discriminación política, económica, social y racial. Fue llamado así porque significa "separación" en Afrikaans . Este sistema consistía básicamente en la división de los diferentes grupos raciales para promover el desarrollo. Todo este movimiento estaba dirigido por la raza blanca, que instauró todo tipo de leyes que cubrían, en general, aspectos sociales. Se hacía una clasificación racial de acuerdo a la apariencia, a la aceptación social o a la ascendencia. Este nuevo sistema produjo revoluciones y resistencias por parte de los ciudadanos negros del país. Una ley promulgada en 1950 reservaba ciertos distritos en las ciudades donde sólo podían ser propietarios los blancos, forzando a los no blancos a emigrar a otros lugares. Las leyes establecieron zonas segregadas tales como playas, autobuses, hospitales, escuelas,  y hasta bancos en los parques públicos. Los negros debían, por otra parte, portar documentos de identidad en todo momento y les estaba prohibido quedarse en algunas ciudades o incluso entrar en ellas sin el debido permiso.
Durante su encarcelamiento, Mandela se convirtió en la figura más representativa de la lucha contra el apartheid, siendo un personaje clave en la pacífica transición a la democracia representativa en Sudáfrica.

Si te interesa la vida de Mandela: http://es.wikipedia.org/wiki/Nelson_Mandela

lunes, 1 de febrero de 2010

Canción novísima de los gatos


Canción novísima de los gatos


Mefistófeles casero
está tumbado al sol.
Es un gato elegante con gesto de león,
bien educado y bueno,
si bien algo burlón.
Es muy músico; entiende
a Debussy, más no
le gusta Beethoven.
Mi gato paseó
de noche en el teclado,
¡Oh, que satisfacción
de su alma! Debussy
fue un gato filarmónico en su vida anterior.
Este genial francés comprendió la belleza
del acorde gatuno sobre el teclado. Son
acordes modernos de agua turbia de sombra
(yo gato lo entiendo).
Irritan al burgués: ¡Admirable misión!
Francia admira a los gatos. Verlaine fue casi un gato
feo y semicatólico, huraño y juguetón,
que mayaba celeste a una luna invisible,
lamido (?) por las moscas y quemado de alcohol.
Francia quiere a los gatos como España al torero.
Como Rusia a la noche, como China al dragón.
El gato es inquietante, no es de este mundo. Tiene
el enorme prestigio de haber sido ya Dios.
¿Habéis notado cuando nos mira soñoliento?
Parece que nos dice: la vida es sucesión
de ritmos sexuales. Sexo tiene la luz,
sexo tiene la estrella, sexo tiene la flor.
Y mira derramando su alma verde en la sombra.
Nosotros vemos todos detrás al gran cabrón.
Su espíritu es andrógino de sexos ya marchitos,
languidez femenina y vibrar de varón,
un espíritu raro de inocencia y lujuria,
vejez y juventud casadas con amor.
Son Felipes segundos dogmáticos y altivos,
odian por fiel al perro, por servil al ratón,
admiten las caricias con gesto distinguido
y nos miran con aire sereno y superior.
Me parecen maestros de alta melancolía,
podrían curar tristezas de civilización.
La energía moderna, el tanque y el biplano
avivan en las almas el antiguo dolor.
La vida a cada paso refina las tristezas,
las almas cristalizan y la verdad voló,
un grano de amargura se entierra y da su espiga.
Saben esto los gatos mas bien que el sembrador.
Tienen algo de búhos y de toscas serpientes,
debieron tener alas cuando su creación.
Y hablaran de seguro con aquellos engendros
satánicos que Antonio desde su cueva vio.
Un gato enfurecido es casi Schopenhauer.
Cascarrabias horrible con cara de bribón,
pero siempre los gatos están bien educados
y se dedican graves a tumbarse en el sol.
El hombre es despreciable (dicen ellos), la muerte
llega tarde o temprano ¡Gocemos del calor!

Este gran gato mío arzobispal y bello
se duerme con la nana sepulcral del reloj.
¡Que le importan los senos (?) del negro Eclesiastés,
ni los sabios consejos del viejo Salomon?
Duerme tu, gato mío, como un dios perezoso,
mientras que yo suspiro por algo que voló.
El bello Pecopian (?) se sonríe en mi espejo,
de calavera tiene su sonrisa expresión.

Duerme tu santamente mientras toco el piano.
este monstruo con dientes de nieve y de carbón.

Y tú gato de rico, cumbre de la pereza,
entérate de que hay gatos vagabundos que son
mártires de los niños que a pedradas los matan
y mueren como Sócrates
dándoles su perdón.
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¡Oh gatos estupendos, sed guasones y raros, y tumbaos panza arriba bañándoos en el sol!  



Poeta granadino, dramaturgo y talentoso artista miembro de la 'Generación del 27', agrupación de escritores que abogaban por el vanguardismo en la literatura. Su obra más conocida es 'Bodas de sangre' (1933), la historia de una novia que se escapa con su amante, asesinado más tarde por el marido de ella. En el curso de su corta vida escribió una amplia variedad de novelas, historias cortas y poesía, y también se dedicó a la pintura y al dibujo e incluso creó alguna composición musical. Mártir de la guerra civil española, en agosto de 1936, a la edad de 38 años, Lorca fue abatido por los falangistas de Franco junto con varios otros opositores políticos ' desaparecidos '. Sus asesinos fascistas utilizaron su conocida homosexualidad para justificar su asesinato, pero la verdadera razón de su muerte fue su defensa abierta de la república y sus críticas a la monarquía, al Catolicismo y al fascismo.
En 1986, se descubrió este bello poema inédito dedicado por el poeta a los gatos. Era conocido amante de los felinos. Por eso les compartí este poema-canción, porque yo también simplemente adoro a los gatos.